domingo, 26 de julio de 2015

Petra

Hace más de diez años leí un libro de Lorenzo Silva que se llama El caballero del desierto. Ese mismo año, soñé que el protagonista se sentaba conmigo en el patio del colegio y me decía: "Tu nombre es Petra". En aquella época me sentí muy especial pensando en ese sueño, que había sido muy intenso. Pensé en la ciudad de Petra e investigué sobre ella.

Se me había olvidado ese sueño hasta ahora, día en que me llega un significado más auténtico y es que cada vez tengo más miedo a tener el corazón de piedra. Es uno de los terrores más grandes de mi vida. Tengo el corazón cerrado. Y los pulmones. Y el pecho. Y el estómago. Y la espalda también.

No sé salir de aquí.

Me duele mucho mirar esto.

miércoles, 20 de mayo de 2015

jueves, 19 de marzo de 2015

19 de marzo 2015

Por mi Yaya, hoy seria tu Santo. Y aquí estoy, en Valencia, en tu casa, la casa de tus padres, honrándote, honrando tu memoria y queriéndote.

Y echándote de menos.

Con amor, Yaya.

martes, 10 de marzo de 2015

El cuerpo en la sociedad contemporánea



Sociología de la comunicación
2008/2009




El cuerpo en la sociedad contemporánea







Me baso, a lo largo de este documento, en el texto de Ana Martínez Barreiro La construcción social del cuerpo en las sociedades contemporáneas (2004).

El cuerpo ha pasado sin pena ni gloria a lo largo de la historia del pensamiento gracias al dualismo cartesiano que lo relega al mundo biológico y que lo confina a un segundo plano con respecto a la mente y a sus propiedades de conciencia y de Razón. Además, durante mucho tiempo el cuerpo se trató como un fenómeno natural y no social, por lo que fue excluido de las investigaciones sociológicas al considerar que era un objeto que no atañía a su campo.[1]

La antigua suposición de que la biología no pertenece a la cultura se rompe con la llegada de estructuralistas como Douglas, Foucault, Goffman y Turner y fue gracias a la historia y a la antropología que se comenzó a tratar al cuerpo como objeto de estudio social.

El cuerpo es, hoy en día, la presentación del yo y es, por tanto, objeto de múltiples atenciones e inversiones. Éstas realimentan el ciclo necesidad/consumo al que tan acostumbrados estamos ya, planteándonos hasta qué punto somos nosotros los que elegimos seguir ese modelo y cuánto necesitamos determinadas atenciones. Tal vez estemos haciéndonos adictos a la estética, a la perfección, al éxito entendido desde un punto de vista de poder social y adquisitivo. Lo que está claro, es que cada vez consumimos en mayor cantidad signos que nos hagan socialmente deseables. Los nuevos códigos éticos y estéticos ligados a las profundas transformaciones sociales que ha sufrido nuestra sociedad en el último siglo están estrechamente relacionados con este nuevo interés por el cuerpo.

El pensamiento feminista, la sociedad de consumo, el envejecimiento de la sociedad asociado a las modificaciones del cuerpo de la medicina moderna, la secularización de la sociedad y la nueva conciencia ecologista han contribuido a resaltar la importancia del cuerpo. 

 Cuerpo, política y poder


Foucault habla de “cuerpos dóciles”[2], cuerpos que pueden ser sometidos, frente a la obsesión que había desde el siglo XVIII hasta principios del XIX de crear disciplinas cuyo objetivo era crear cuerpos útiles y fuertes. Este cuerpo del siglo XVIII era aquél capaz de acatar órdenes sin más, un cuerpo obediente, férreo e impasible. En ese sentido, era un cuerpo que actuaba como engranaje de una gran maquinaria institucional. Actualmente todo se ha mecanizado, las piezas humanas se han sustituido por objetos artificiales, por lo que las personas pueden dedicarse a pensar en otras cosas. Cada vez hacemos herramientas más autónomas (que funcionan de un modo casi independiente de nosotros) y ligeras, por lo que no nos hace falta tener un cuerpo capaz y útil que maneje los instrumentos que hagan avanzar a la civilización. ¿Cómo puede ser útil entonces el cuerpo en nuestra sociedad? Es ahí cuando entra el cuerpo dócil, un cuerpo que puede ser manipulado, transformado y perfeccionado en base a las necesidades. En el fondo sigue siendo una herramienta, pero puede que sea menos consciente de ello.

Jean-Mari Brohm, desde una perspectiva del materialismo histórico, reflexiona sobre la “condición política del cuerpo”. Siguiendo la terminología Marxista, dice que el hombre seguirá siendo un apéndice de la máquina ya que la lógica del cuerpo sigue siendo la lógica del rendimiento. El nuevo opio del pueblo serán las satisfacciones “sustitutas” que están integradas en el sistema establecido. Éstas no son más que elementos pseudoliberadores, ya que no hay libertad ni felicidad ni futuro reales en esta visión del mundo.[3]

El movimiento feminista denuncia la visión del cuerpo de la mujer como objeto, signo y mercancía en la sociedad actual. Feministas como McNay, Ramazanoglu, Simone de Beauvoir o Angeles Duran critican la obligación que impone la sociedad a los cuerpos femeninos de ser bellos y fértiles. Es, en pocas palabras, “un cuerpo para los demás”.[4]

Así, el cuerpo es un lugar de cultura con normas distintas para cada uno de los géneros. La feminidad es un artificio, una construcción social que encorseta y obliga a la mujer a ser la mujer que la sociedad quiere que sea.

Se habla mucho de feminismo, pero también a los hombres se les imponen ciertas normas que se resumen básicamente en “no seas femenino”, así que también el hombre está obligado a seguir ese modelo de masculinidad tradicional. Todo esto viene dado por las características que tradicionalmente se han adjudicado a la mujer y que despectivamente se asocian a debilidad, histeria, charlatanería, indecisión, timidez, sumisión...

Un cuerpo femenino, según este modelo, se rige por tres normas básicas y toda mujer que se deja llevar por este sistema quiere conseguir cambiar su cuerpo al menos en base a una de estas tres técnicas:

-Una talla, tamaño, proporción o peso determinados.

-Una forma de expresión femenina (miradas, gestos, modulación de la voz...)

-Un cuerpo como superficie decorativa (depilado, maquillado, adornado...)

Son micropoderes que harán de la mujer una persona dócil y obediente, satisfecha (o no) dependiendo del grado en que se acerque su cuerpo real a su cuerpo ideal. ¿Quién nos mete estas ideas en la cabeza? Y, sobre todo, ¿cómo podemos escapar a ellas? A mí, personalmente, lo único que se me ocurre es cambiar de sociedad. Las alternativas son volver al mundo rural-tradicional, crear un movimiento revolucionario en nuestro modo de pensar (algo que creo imposible), o resistir con todas mis fuerzas dentro de esta sociedad pero sin seguir sus normas y no ser nunca aceptada.  Esta última opción me llena de curiosidad. ¿Qué pasaría si, de repente y conscientemente, surgiera un grupo numeroso de personas con valores distintos e irreconciliables con lo que conocemos hoy? ¿Se formaría una sociedad paralela con la misma estructura de prejuicios (aunque de forma opuesta)? ¿Podrían prosperar dos sociedades opuestas en el mismo ámbito? Obviamente, una acabaría con la otra. El hombre es así de violento y de posesivo, aparte de orgulloso. Tristemente lo vemos hoy todos los días. ¿Por qué no podemos aceptar al Otro? ¿Tanto miedo tenemos a cambiar?

La corporalidad


Martínez Barreiro habla de la corporalidad[5], que es un instrumento con una doble finalidad: la de expresar nuestra propia personalidad y la de tomar contacto con el exterior. Yo añadiría que esta finalidad es recíproca, ya que también sirve para que los demás contacten con nosotros. Estas reciprocidad en la corporalidad es la que nos hace conscientes de que tenemos un cuerpo que se ve, se toca, se oye, se huele y se degusta. Los sentidos y los instintos juegan un papel importante a la hora de conocer lo que nos rodea y, sin embargo, a excepción de la vista y a veces del oído, son herramientas de las que nos hemos olvidado. Despreciar las cualidades del cuerpo “animales” es un error porque es algo que somos, por mucho que queramos distanciarnos de ello. No podremos conocernos de verdad sin aceptar que, a un nivel muy básico, nos movemos gracias a ellas.

Ya que el cuerpo es nuestra tarjeta de presentación y dependiendo de cómo lo cuidemos, atendamos y mimemos daremos una impresión u otra, no podemos dejar de lado el acto de vestirse.

Vestirnos nos hace conscientes del tiempo y del lugar. Normalmente son los dos elementos que determinan la vestimenta. La moda se organiza en temporadas cíclicas e impone ciertas prendas y colores y las revistas de moda ordenan, según la indumentaria, pasado, presente y futuro. Hay, sin duda, un elemento consumista, creador de la necesidad de “ir a la moda” detrás de todo esto.

Somos más conscientes de nuestra forma de vestir al acudir a ciertos espacios como son las bodas o las entrevistas de trabajo sin embargo, también inconscientemente interiorizamos ciertas normas de indumentaria que usamos a diario. La acción transforma el espacio, siendo éste tan social como sensorial. La vestimenta se ajusta al espacio, al público y al momento. Hay que tener en cuenta que muchos espacios están politizados. Hay una afirmación que personalmente me inquieta y es que los espacios tienen género. Es decir, que hay espacios restringidos a uno de los dos sexos y regido por unos códigos no escritos. Al pensar en ellos me viene a la mente esos clubs británicos elitistas y, ante todo, machistas, vedados al sexo femenino. Aunque al hablar de espacios que tienen género nos referimos también a que mujeres y hombres experimentamos los espacios públicos de modo diferente. Yo creo que lo que experimentamos de verdad es cuándo somos bien recibidos en un sitio, en un lugar al que pertenecemos o todo lo contrario, cuándo nada más pisar un lugar en el que somos “lo Otro” o “el extraño” se nos rechaza y eso no depende del lugar en sí sino de la concepción que tenemos de él y del concepto de propiedad casi palpable. Según Entwistle[6], el espacio conlleva estructuras propias de comportamiento que las personas pueden manejar a su favor dependiendo de la ropa. Por ejemplo, la mujer que viste de un modo profesional en el trabajo para controlar la mirada de los demás.

Según la autora, “las mujeres suelen identificarse más con el cuerpo que los hombres”[7]. Yo no estoy tan segura de esta afirmación. Más bien creo que la sociedad patriarcal impone a las mujeres ese modelo de cuerpo útil a la sociedad y no les permite olvidarse de que son, ante todo, un cuerpo. De todos modos, cada vez es más frecuente ver hombres concienciados con su imagen. Parece ser que la igualdad de sexos, entendida desde el consumo, pretende crear el doble de víctimas en vez de liberar a las ya encadenadas. No quiero decir con esto, por supuesto, que esté en contra de cuidar el cuerpo y lo asociado a él (salud, higiene...), sólo opino que nada debería llevarse hasta sus consecuencias más extremas y menos en un tema como en éste, que puede llevarnos a destrozar el concepto de nuestra propia identidad.

Modos de hablar


En la década de los 60 se empieza a investigar sobre la comunicación no verbal descubriendo, así, al cuerpo como un elemento que “habla”, que da información aunque el individuo permanezca mudo. Este nuevo concepto deja obsoleto al tradicional sistema de comunicación en el que dos personas se envían información como si fuera una pelota de tenis, ahora la comunicación es circular, donde el efecto retro actúa sobre la causa. Es una comunicación a distintos niveles (verbal, gestual, espacial...) que a veces son contradictorios y un arma muy poderosa para quien sepa descifrarla y usarla.

En base a esta propuesta de comunicación no verbal a través del cuerpo surgen varias teorías, estudios y propuestas.

Birdwhistell propone un estudio sobre la comunicación de los cuerpos basado en el movimiento llamado Kinesia[8], cuya medida más pequeña es el kine, superado por los kinemas (movimiento mayores y más significativos). Para ayudarse en el análisis de la kinesia, inventa un sistema taquigráfico que es el kine y que permite el “microanálisis” de los movimientos corporales.

Edward Hall investiga en el campo de la proxémica, es decir, la ciencia que estudia el uso del espacio y la regulación de la distancia corporal de las personas al relacionarse. Esta distancia variará dependiendo del grado de intimidad que haya entre los interlocutores[9].

Goffman dice que el cuerpo es el mediador, aquello con lo que nos presentamos. Habla por sí solo. Introduce los términos de “fachada personal” (front) y de “glosario del cuerpo” (body gloss). Goffman entiende las relaciones sociales como una metáfora teatral, en la que las personas actúan de un modo sobre el escenario y de otro entre bastidores y añade que “para que la interacción social sea viable, se necesita información de aquéllos con quienes se interactúa”[10]. O lo que es lo mismo, según creo, ponerse en la piel del otro para que el significado del mensaje se adecue al contexto. ¿Cómo conocemos esa información a primera vista? Por lo que expresa nuestro cuerpo, nuestro modo de vestir, de hablar, de mirar, de caminar...

En las grandes ciudades el cuerpo sirve para identificarse a un grupo determinado ya existente. El cuerpo, en la nueva cultura, es una señal que vincula, separa u oculta al individuo en diferentes categorías (social, de género, de edad, profesional...), a un contexto determinado y a un espacio.


Nuestro cuerpo, proyecto rentable.


Para la sociedad de consumo el cuerpo es una mercancía sobre la que puede intervenir. Baudrillard habla de un consumo de signos y de “inversiones narcisistas, físicas y eróticas”[11] destinadas a hacer del cuerpo un objeto de salvación. Al haber sustituido al alma como elemento salvador, el cuerpo se convierte en el objeto que, psíquicamente manipulado y consumido, sirve a la maquinaria económica convirtiéndose en una explotación rentable. La publicidad nos insta desde el egocentrismo y el narcisismo a un cambio de mentalidad para tomar a nuestro cuerpo no sólo como un objeto sino como al objeto más bello y al que mejor tenemos que cuidar. Estamos hablando, en definitiva, de una falsa sacralización del cuerpo mediada por los intereses económicos y narcisistas de nuestra sociedad, la cual ofrece al individuo una doble representación de su cuerpo: como una forma de inversión y como signo social a la vez.

En esto hay un cambio radical de mentalidad respecto a la sociedad tradicional. Antiguamente el cuerpo no era más que una herramienta que estaba en relación con la naturaleza. Actualmente el concepto de propiedad privada se extiende en la práctica social y en la representación mental que se tiene del cuerpo.

En relación a este cambio de mentalidad, Featherstone expone que cada individuo considera a su cuerpo como un objeto no terminado, un proyecto a largo plazo en el que hay que trabajar constantemente, vinculado a la identidad del yo. Ya que cada uno es dueño de su cuerpo, es también responsable de presentarlo de la manera más cercana a los cánones actuales y a cómo espera la sociedad que seas. A un cuerpo se le exigen dos cosas: que funcione bien por dentro, esté sano y en forma (inner body) y que tenga una apariencia cuidada (outer body). Así, el cuerpo es un signo que habla de la persona[12].

¿Qué ocurre entonces con las personas que tienen diferencias biológicas? ¿Qué pasa con aquellos que no siguen las reglas? Que se les excluye, se les margina y rechaza. Pensemos, por ejemplo, en las personas con sobrepeso (palabra que, por cierto, no deja de ser un eufemismo para eludir la de “gordura” que ahora ya está cargada de connotaciones negativas. Sería un objeto de estudio interesante el de las palabras tabú en la sociedad actual y los eufemismos relacionadas con la apariencia corporal). Aquellos cuyo cuerpo está alejado del cuerpo ideal pero cuyo peso no es síntoma de ninguna enfermedad son considerados como fracasados. El miedo al fracaso en nuestra implacable sociedad es constante, creando numerosos trastornos y enfermedades nuevas como son el estrés, la bulimia o la anorexia.

Y es que, el cuerpo en nuestra sociedad marca la jerarquía y nadie quiere estar en el escalafón más bajo. Bourdieu habla del “habitus” (sistema de disposiciones duraderas y transportadoras que son producidas por las condiciones particulares de una agrupación de clase social). Explica que “la propia actitud corporal es reveladora del habitus y, en consecuencia, de la clase social de pertenencia”[13]. Según esto, dependiendo de nuestra posición social, viviremos nuestros cuerpos de un modo u otro. Para Bourdieu el cuerpo es un producto social ya que siempre podemos sacar una lectura social de él, diferenciando entre cuerpos “vulgares” y cuerpos “distinguidos”. Según él, hay un cuerpo ideal y otro real y dependiendo de la distancia que medie entre los dos, nos comportaremos de un modo u otro. Es decir, dependiendo del grado de satisfacción que tengamos con nuestro cuerpo seremos personas tímidas e inseguras o lo todo lo contrario.



La decisión está en nuestras manos. La nueva ciencia.


Actualmente hay varios temas relacionados con el cuerpo y con las nuevas tecnologías. Gracias a los cambios que actualmente se pueden hacer tanto al cuerpo como al yo asociado al cuerpo (debido en parte a ese sentimiento de propiedad privada que hace al cuerpo susceptible de ser trabajado) se han alterado sus límites.

La ciencia es un arma de doble filo. Puede ser beneficiosa para la humanidad pero también crea unos parámetros de riesgo y peligro.

Antes, el nacer correspondía al inicio de una identidad social que se continuaba hasta la muerte, que era el fin. Sin embargo, los nuevos procedimientos tecnológicos como son los transplantes de órganos y la reproducción asistida han generado la necesidad de redefinir la relación entre el cuerpo humano y la identidad individual. Se produce, en términos de Giddens, una “socialización de la naturaleza”[14], es decir, que ciertos fenómenos que tradicionalmente han sido naturales ahora tienen un carácter social, están determinados por la decisión de las personas.

La reproducción asistida (que redefine el inicio de la vida, el proceso de creación y las relaciones filiativas) y el transplante de órganos (que da lugar a una nueva definición de la muerte, de la identidad del cuerpo y de sus partes, así como de los límites de la vida) son prácticas cada vez más extendidas. Temas como el aborto, la clonación y la eutanasia también se plantean. ¿Qué límites habría que poner a esa capacidad de elección?

Actualmente damos a la vida el carácter de algo sagrado. Sin embargo, es algo con lo que nos atrevemos a jugar y a manipular, aunque sea en pro de mantener esa sacralización. ¿A quién pertenece la vida? ¿Somos dueños de nuestro propio cuerpo? Tomando el ejemplo de la reproducción asistida y la ingeniería genética, ¿hasta qué punto tenemos derecho a decidir sobre cómo van a ser nuestro hijos? Sin duda, las técnicas que hacen posible que el niño nazca sin riesgo a enfermedades futuras gracias a haber sido tratado antes de nacer parecen muy beneficiosas. Supongamos que esa técnica funciona bien al 100 %, ¿cómo se tomaría una persona adulta saber que su apariencia física ha sido diseñada por sus padres antes de que él naciera? Si fuera mi caso, sentiría una profunda crisis de identidad y un rechazo hacia mis padres y mi cuerpo, aparte de una desconfianza plena en la sociedad en general. ¿Y qué pasaría si se pusiera de moda que todos los niños nacieran, por ejemplo, con los ojos verdes? ¿Formarían una élite aquellos de ojos verdes? ¿Qué pasaría con las familias pobres que no pudieran permitirse la reproducción asistida? La reproducción convencional estaría mal vista y aquellos nacidos mediante ella, eternamente enmarcados en un estatus inferior al resto de la sociedad. ¿Y si al final todos fuésemos tan perfectos que ya no fuéramos humanos?

El debate sobre el aborto y la eutanasia sigue abierto también. El caso de la eutanasia se aplica sobre pacientes enfermos de una larga enfermedad que les hace la vida insufrible e imposible. Para acabar con esa existencia, se decide, consciente y consecuentemente, morir. Es, en cierto modo, un suicidio asistido que plantea nuevos horizontes. La muerte es un tema tabú en nuestra sociedad. Ya que la vida es sagrada, acabar con ella sería, en principio, un acto infame. Sin embargo, permitir que una persona sufra dolencias extremas en una situación que terminará conduciéndola a la muerte atenta también contra la vida del enfermo. Todo ello es de una relevancia y una complejidad moral absoluta. En el aborto, en el fondo, se plantea quién tiene más derecho a la vida, si el niño no-nato o la madre. ¿Cómo sería la vida de un niño que haya nacido de una mujer violada, que no quiere saber nada de él, pero que está obligada a concebir? Todo ello plantea la elección de la existencia por la existencia o la de una vida digna de vivirse. También puede ser que la sociedad no quiere asumir su papel de verdugo en pro de la vida digna, es decir, que no quiere mancharse las manos. Sin embargo, la no acción, la omisión es un acto tan válido como la acción. Puede que la sociedad no vaya a ser culpable de un aborto, pero sí que lo será de una vida condenada y errática dedicada al hampa y la delincuencia (en el peor de los casos. Puede que esté adoptando un tono demasiado dramático. Podría suceder que hubiera suerte y no fuera así).

¿Hasta dónde llegarán los avances tecnológicos? El envejecimiento es una de las cuestiones que más preocupan en la sociedad actual. Nuestra sociedad, acomplejada porque no puede ser joven eternamente, hace lo imposible por frenar el avance de la edad. No queremos asumir que crecemos porque el conjunto de personas mayores (aquí otro eufemismo. No me atrevo a decir viejas) es un grupo social que no produce ganancias y sobre el cual la sociedad de consumo tiene poco que hacer (esto ya no es del todo así porque gracias al presentismo actual y a la venta de experiencias inmediatas están consiguiendo captar a un público cada vez mayor dentro de ese sector) es, por tanto, un grupo execrable al que no queremos pertenecer. No queremos tampoco asumir las responsabilidades, queremos seguir siendo niños, ser egoístas, que nos mimen y nos cuiden y no tener absolutamente ninguna preocupación.

¿Qué ocurriría si de verdad se consiguiera tratar la vejez como si de una enfermedad se tratara? ¿Y a qué precio? Cuanto más separemos la relación vida/muerte (que a mi modo de ver son las dos caras de una moneda) menos podremos aceptar la pérdida. A nivel práctico, la superpoblación aún más masiva sería el primer síntoma y, después, el control sobre la natalidad y sobre la muerte, ya que alguien tendrá que decidir hasta qué edad se vive. O sea, que el Estado terminaría regulando la vida y la muerte. ¿Habrá que pagar impuestos por tener hijos? ¿Cómo se alimentará tanta gente? ¿Cambiará el trato a la Naturaleza al empezar a plantearnos vivir eternamente? ¿Qué ocurrirá con la madurez, el crecimiento? ¿A qué edad se frenará el envejecimiento? Es decir, a los niños se les permitirá desarrollar su cuerpo hasta, supongamos, los 20 años. Estoy segura de que si fuera así, la gente cada vez querría quedarse en una edad física más temprana ¿Qué ocurre con la mente? ¿Podrá seguir un desarrollo normal? ¿Sólo morirán los pobres? Además, estoy segura de que si esto fuera así, habría gente que libremente decidiría vivir su vida sin la mediación de la genética.

 Son un sinfín de interrogantes que, sin obsesionarse con ellos, convendría tener en cuenta. Se me ocurren varios ejemplos en cine y literatura de ciencia ficción que ejemplificarían estas inquietudes, como Cuando el destino nos alcance (Soylent Green), Un mundo feliz (de Aldous Huxley), 1984 (deGeorge Orwell) o La fuga de Logan.


Conclusión y opinión personal


El cuerpo humano y la naturaleza están siendo socializados. Cada vez es mayor la preocupación por la imagen en relación con la identificación del yo y, por tanto, cada vez es mayor la importancia del cuerpo en la sociedad actual ya que es nuestro modo de presentación. La obsesión por el cuerpo ideal, relacionada con la idea de estatus social y del éxito en la sociedad, ha disparado el consumo, ha hecho avanzar a la medicina y ha creado patologías nuevas. Todo esto nos lleva a replantearnos el concepto de identidad  personal y de la libertad individual frente a la maquinaria social-económica.

Opino que el cuerpo es una máquina maravillosa que debe ser tratada con respeto y cariño, tanto el propio como el ajeno. ¿Por qué no querernos? Claro que sí, pero siempre sin perder de vista lo que nos rodea. Vivimos en el mundo de la imagen y de las telecomunicaciones, todo parece ir cada vez más deprisa y pasamos gran parte del tiempo dando importancia a cuestiones secundarias. Hay muchas más cosas en la vida que la apariencia. El simulacro está latente en la imagen actual, pretendemos ser bellos haciéndonos pasar por personas bellas. Estoy convencida de que la belleza tiene que nacer desde dentro, no creo que una persona bella sea la que pasa por el quirófano sino la que busca en su interior una comunión con lo que le rodea. Hemos perdido el contacto con la naturaleza, tal vez no haya que buscar una naturaleza socializada ni una sociedad natural, sino un término intermedio que no nos convierta en esclavos ni de lo uno ni de lo otro. La obsesión por la confirmación ajena, por el deseo de aceptación nos lleva hasta límites insospechados y el simple hecho de que las modas sean pasajeras nos dice mucho de lo que es la moda en realidad: nada. Es un capricho temporal que va a decidir por ti cómo vas a ser.

Si realmente quieres un buen cuerpo, cuida del que tienes y no te pases la vida criticándolo ni culpándote, porque eso, a la larga, no lleva más que a una infelicidad asociada a una falta de identidad y de criterio y ese vacío es algo que ninguna efímera satisfacción va a llenar jamás.















































Bibliografía asociada


BAUDRILLARD, Jean. La sociedad de consumo. Barcelona. Plaza & Janés. 1974

BIRTHWHISTELL, R.L. El lenguaje de la expresión corporal. Barcelona. Gustavo Gili. 1979

BOURDIEU, Pierre. La distinción, criterio y bases sociales del gusto. Madrid. Taurus. 1998
-          La dominación masculina. Barcelona. Anagrama. 2000

BROHM, Jean Mari. Sociología política del deporte. México. FCE. 1975

DOUGLAS, Mary. Símbolos naturales: exploración en cosmología. Madrid. Alianza. 1988
-          Pureza y peligro: análisis de los conceptos de contaminación y tabú. Madrid. Siglo XXI. 1991

DWORKIN, Ronald. El dominio de la vida. Una discusión acerca del aborto, la eutanasia y la libertad individual. Barcelona. Ariel. 1994

ENTWISTLE, Joanne. El cuerpo y la moda. Barcelona. Paidos. 2002

FOUCAULT, Michel. Vigilar y castigar. Madrid. Siglo XXI. 2000.

GIDDENS, Anthony. Modernidad e identidad del yo: wl yo y la sociedad en la época contemporánea. Barcelona. Península. 1995

GOFFMAN, Erving. Ritual de la interacción. Buenos Aires. Tiempo Contemporáneo. 1971

HALL, Edward T. La dimensión oculta. Enfoque antropológico del uso del espacio. Madrid. IEA. 1987

MARTÍNEZ BARREIRO, Ana. La construcción social del cuerpo en las sociedades contemporáneas. Papers: revista de sociología. Nº 73. 2004



[1] Martínez Barreiro, Ana. La construcción social del cuerpo en las sociedades contemporáneas. Papers: revista de sociología. Nº 73. 2004. [en Internet] http://ddd.uab.es/pub/papers/02102862n73p127.pdf  p.128
[2] Ídem. P. 132
[3] Ídem. P.133
[4] Ídem. P.134
[5] Ídem. P.135
[6] Ídem. P.136
[7] Ídem. P.136
[8] Ídem. P.137
[9] Ídem. P.138
[10] Ídem. P.138
[11] Ídem. P. 139
[12] Ídem. P.140
[13] Ídem. P. 141
[14]Ídem. P.144

viernes, 6 de febrero de 2015

Ante el precipicio

Cuando el viento te arrastra
Ante el abismo
Y sabes que caerás
Otra vez, tonta del culo, otra vez
No te sirve de nada llorar
Afronta el vacío
Afronta la angustia
Y cae
Y cae

jueves, 16 de mayo de 2013

Duelo por el hombre que se olvida

Él cree que sí,
pero sabe que no
y en su ruido
se va.

Yo sé que no,
pero creo que sí
y en mi espera
se va.


Estoy de duelo.
Estoy en su huida.

Y no lo sabia.

Ni siquiera sabía
que estaba de duelo.

martes, 12 de marzo de 2013